lunes, 31 de enero de 2011

'Entrelobos', un canto ecológico que va de Delibes a Rodríguez de la Fuente

Anoche se puso Entrelobos  la Semana de Cine Español de Carabanchel. Por este motivo recupero la crítica que hice sobre la película para Pasionporelcine.es:

Extraordinaria. Dicho esto, comencemos a hablar… Anoche el Capitol de Madrid vivió un preestreno muy emotivo: Entrelobos (2010), el tercer largometraje de ficción de Gerardo Olivares, uno de los directores españoles más interesantes de los últimos cinco años, cineasta cuya formación en el documental se manifiesta en cada uno de sus trabajos gracias a la atención que pone en la fotografía. El Capitol retumbó de aullidos, pero también sonó el rumor de las lágrimas. No era para menos: la historia de Marcos Rodríguez es, a la par que hermosa, tremendamente dramática. Rodríguez, presente en la sala, tampoco pudo evitar la emoción… Maltratado y abandonado por su familia, el señoritingo andaluz le hizo ayudante de un cabrero ermitaño en la Sierra de Cardeña  y Montoro, provincia de Córdoba. El hombre murió al poco, las cabras fueron trasladadas y el niño, de 7 años, quedó abandonado a su suerte en la montaña. Tuvo que aprender a vivir solo hasta los 19 años; más de una década con la única compañía de los lobos y otros animales. Entonces él era un animal más.

Podría considerarse Entrelobos como una variante del mito del “niño salvaje” tratado por Kipling, Burroughs y Truffaut, entre otros, pero la historia que filma Gerardo Olivares nos toca, nos duele y nos avergüenza mucho más. Porque no se trata de admirar únicamente la enorme capacidad de adaptación del ser humano y, en este caso de Marcos, a un entorno en principio tan hostil como el de una sierra entonces -me temo que ahora menos- poblada por lobos salvajes. Y por los bandoleros, y por el frío, y por el hambre… Hasta que el niño no se hace con la montaña, a punto está de morir porque no sabe aprovechar los recursos, a puñados, que ofrece la naturaleza y porque ni siquiera sabe encender un fuego que le caliente (que alguien intente hacer amabas cosas, a ver qué tal…). Marcos lo aprenderá todo a fuerza de ensayo y error. Entonces, adaptado ya al mundo que le rodea, comienza a amar lo único que se ha portado bien con él: la naturaleza. Ninguna persona le ha dado tanto como lo han hecho los animales, especialmente los lobos. No se trata, decía, de que nos quedemos únicamente con el homenaje a un hombre concreto y con el maravilloso canto ecológico (con la pasión lobuna de Félix Rodríguez de la Fuente y el conocimiento botánico de Miguel Delibes), ya que también nos toca reflexionar sobre lo que fuimos. El drama de Marcos tiene unos orígenes coyunturales claros: la miseria de la posguerra en una Andalucía profunda manejada por cuatro terratenientes. Él tuvo, además, la mala suerte de contar con una madrastra de cuento y con un padre sin voluntad, pero desde luego el caciquismo del rico fue culpable de muchas grandes tragedias. Es importante no olvidarlo.

Entrelobos lo tiene todo: una buena historia, un contexto espectacular, unos actores sobresalientes… El niño Manuel Camacho sostiene gran parte del peso de la película, protagonista absoluto en buena parte del metraje hasta que le sustituye un adecuadísimo Juan José Ballesta (no obstante, él aparece menos que Camacho aunque en el cartel, promoción mediante, se le dé más importancia). Cada uno de los actores encaja su personaje: de Luisa Martín, que cambia su registro cómico por uno desagradabilísimo, a Vicente Romero, el padre, pasando por un José Manuel Soto que resulta una elección “a priori” tan descabellada como “a posteriori” tan acertada. Soto se merece una línea de atención: él, que ya de por sí tiene cierta pinta de señorito, remata su breve interpretación con absoluta destreza. Grande Soto: tan capaz de reírse de sí mismo como cantante en una chirigota del carnaval gaditano como de aceptar de buen grado su apariencia de “marqués”.

No suele ser de mi gusto entrar en quinielas, pero hoy me apetece hacerlo. Entrelobos tiene todas las papeletas para convertirse en una de las grandes apuestas de los Premios Goya: mi X de nominados iría a parar a la película, por supuesto, y también a Gerardo Olivares, como director, a Carlos Bardem (qué facilidad tiene para los acentos este hombre) y Sancho Gracia, como actores secundarios, a Manuel Camacho, actor revelación… y a la fotografía, la música y otros tantos aspectos técnicos. Porque, en verdad, Entrelobos es una de las grandes obras españolas de 2010, una obra rica en temas (la pobreza, la infancia, la ecología, las miserias humanas, la superación…). Y lo mejor es que, a pesar del tremendo drama que cuenta, esta producción impregna de esa alegría de vivir que el propio Olivares transmite personalmente con su eterna sonrisa. Una alegría que acaba de llegar al alma, como el aíre fresco de la montaña, cuando se contempla los últimos minutos de esta ya imprescindible Entrelobos. Id a verla, por favor.

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José Manuel Serrano Cueto

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